
Un corrector es un experto
del lenguaje cuyo trabajo consiste en detectar y corregir los errores
de un texto escrito, como proceso previo a su publicación. La corrección
comprende dos dimensiones del texto:
— la ortotipografía:
·
faltas de
ortografía;
·
espacios;
·
uso de
mayúsculas y minúsculas;
·
estilo de letra
apropiado: redonda, cursiva, negrita, versalita…;
·
puntuación y
acentuación;
·
abreviaturas;
·
párrafos y
apartados;
·
uso de signos ortográficos:
barras, comillas, signos monetarios o matemáticos;
·
etc.
— el estilo:
·
corrección
gramatical;
·
imprecisiones o
errores léxicos;
·
muletillas,
repeticiones, redundancias, ambigüedades;
·
errores
sintácticos;
·
etc.
«¡Ah, pero yo escribo muy bien, sin faltas
de ortografía!», dirán (y dicen) algunos escritores,
contrariados con la idea de que alguien modifique impunemente su obra.
«Ese trabajo ya lo realizamos
nosotros, gracias», dirán (y dicen) algunos editores —especialmente los noveles—, ya sea por un simple
desconocimiento de nuestro trabajo o por ahorrarse algunos eurillos…
No obstante, tanto el autor
como el editor tienen la responsabilidad de ofrecer al lector, que a fin de
cuentas es quien paga, un producto de
calidad. Ambos están vinculados con el libro publicado, y si el
producto no gusta, no ya por su contenido (en eso ni pincha ni corta un
corrector) sino por su mediocre calidad formal, el resultado puede ser nefasto
tanto para el autor como para la editorial, y cabe la posibilidad de que las
ventas de otros libros de dicho autor o de dicha editorial se vean
perjudicadas.

— «ajena a las ondas que se engendraba»;
— «el pubis carente de bello».
Estos dos fallos pueden ser
detectados por un lector medio, pero también había muchos otros que podrían
pasar inicialmente desapercibidos y cuya corrección redundaría en una obra
mucho más limpia y perfecta en cuanto a la forma. (Y no, no se trata de una novela
erótica, por muy bellos que se presenten los pubis…)
En otra novela que leí no
mucho tiempo después, de otra editorial, me topé con otra serie de fallos:
— textos entrecomillados que deberían aparecer en cursiva;
— «señor Fulano»/«Señor Mengano», uso incoherente (y
erróneo) de la mayúscula inicial;
— «dió», con ese pedazo de tilde, hala;
— «aquél hombre», más de lo mismo. Y un largo etcétera…
A ti, ¿de qué se te quitan las
ganas? ¿De leer más libros de esos autores? ¿De leer más libros de esas editoriales?
A mí, de las dos cosas.
La labor de un corrector es imprescindible, pues, si bien somos
seres humanos y siempre se nos puede pasar por alto alguna errata o un error de
cualquier tipo —de esos que te saltan a los ojos cuando llega a tus manos el
libro publicado, y ya no hay nada que hacer salvo tirarse de los pelos—, lo que
no resulta admisible es encontrarse, como lector, con un error tras otro.
Ahora ya sabes qué es un corrector
y por qué necesitas uno. En próximos artículos explicaré con mayor detalle cómo abordar la corrección ortotipográfica y de estilo de un texto, y cómo desempeño yo
personalmente esta tarea silenciosa y solitaria, pero también rigurosa,
precisa, minuciosa y apasionante.
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